¡Cómo lo voy a olvidar! Fue un encuentro casual, muy casual. Al poco tiempo de estar en Cuba, empecé a presentar problemas con la tiroides, por el propio estrés del año de la clandestinidad, por el secuestro del avión; alguna huella tenía que dejar. Yo había ido al Fajardo a verme con mi endocrinólogo, Santiago Hung, y con Mateo, el jefe de Endocrinología en Cuba. Estaba en el lobby, un poco distraída, y no lo vi llegar. Fue en el elevador cuando me fijé en aquel hombre, que de repente me pregunta: ¿por qué te pintas el pelo, muchacha? —siempre he tenido canas. Lo único que atiné a contestar fue: Yo no me pinto el pelo, Comandante. Como se percató de que me había quedado como una tonta, parada como una estatua de sal —sucede con todo el mundo cuando se lo encuentra por primera vez, porque es la propia historia delante de ti, es impresionante—, le preguntó a Mateo: ¿qué tiene ella? ¿De qué nacionalidad es? Mi corazón latía a 200 revoluciones por segundo. Es brasileña y tie...